Otero Pedrayo, Dieste, Luis Seoane, Luis Bouza-Brey e Manolo Dominguez, nas Torres do Oeste-Catoira a principios dos anos sesenta.
o FAIADO DA MEMORIA
Allá por la década de los cincuenta yo sentía una irresistible atraccíón por Catoira y raro era el día en que no iba por allí, aún teniendo mi residencia en Caldas de Reis, quizás porque es un pueblo, ubicado en el centro de un bellísimo paisaje, en el que la gente vivía bien y con excelente humor, a cuyo convencimiento llegué de la mano de Baldomero Isorna, Rey Romero –cura y poeta—y Baldomero García Miguéns, más conocido por Merucho.
Como la vida entonces giraba en torno a la estación del ferrocarril, tanto los antes citados, como yo, Piñeiro Ares y otros de la misma cuerda, nos reuníamos a tomar los vinos en la cantina y así, un día y otro día, fue madurando la idea de crear el Ateneo del Ullán, que, desde el primer momento quedó bajo la doble dirección de Rey Romero y el procurador Isorna. Entre otras muchas cosas que se proyectaron figuraba la de convocar al mayor número de intelectuales y artistas gallegos, al pie de las Torres de Oeste, punto del que apenas se trató en los muchísimos trabajos que se llevan publicados sobre esta cuestión. Como antecedente haremos constar que, desde muy antiguo, muchos vecinos de la villa, una o más veces al año, se reunían en las Torres de Oeste, extendían manteles por el suelo y se atracaban de empanada, pollos asados y otros manjares, regados con vinos de la zona.
En la citada cantina, su propietario, Segundo Rodríguez Sánchez, nos cedió un exiguo apartado para sede social del Ateneo y allí, animados por el contenido de las pipas, brotaban las ideas como las lepiotas en el Otoño. Había que organizar un ciclo de conferencias, para culturizar al pueblo y se hizo, gracias a un amplio salón, entonces dedicado a almacén de trastos viejos, que nos cedió Emilio gratuitamente. Se retiraron en parte, se hizo una mínima limpieza y se instaló una mesa para el orador y dos bancos corridos para el posible público. Por allí pasaron figuras importantes, que nos deleitaron con sesudas conferencias, como fueron Luís Bouza Brey, Benito Varela Jácome, Rey Romero, Plácido Castro y no sé si alguno más.
Rey Romero escribió una pantomima, en la que retrataba al viquingo Ulfo como un hombre “casi” convertido a la amistad y alianza con los naturales, cautivado por el hechizo de nuestras mujeres y de nuestros vinos e imaginaba que, en su enésima incursión, va a su encuentro el Arzobispo Pardo de Mendoza y, tras un breve parlamento, lo convierte a la religión cristiana. Seguidamente, este buen mediador manda un paje con órdenes al Mayordomo del Castillo para que mate los capones más cebados y prepare los mejores vinos para obsequiar a Ulfo, el nuevo aliado.
Tanto el pirata como su séquito pillan una borrachera fenomenal y el señor de la fortaleza les recrimina el exceso, que es denigrante a la luz del Evangelio; es lo principal del texto, cuyo original obra en mi poder. Esto, como es lógico, entraba en el esquema de una posible romería viquinga, lo mismo que las grandes hogueras que habrían de encenderse en lo alto de las montañas aledañas. Incluso se propuso un enfrentamiento, entre huestes invasoras, desembarcadas al pie de las Torres, y los defensores de las mismas, expectáculo que se postergó por falta de cuartos, pero que hoy constituye el número más impactante del festejo.
La primera romería tuvo lugar en 1961 a la que yo no asistí, por razones que ya no recuerdo; pero fue la de 1962 la que marcó rotundamente una decidida andadura. Aquella mañana de julio, los primeros romeros que llegamos al paraje, nos encontramos con Xesús Santos, su cuñado Rodríguez y Rey Romero, “que velaron las armas aquella noche” y, poco a poco, fueron llegando todos los demás de la pandilla y numerosos vecinos e invitados.
Segundo Rodríguez había montado un chiringuito, en el que destacaban, como piezas principales, tres o cuatro pollos asados, a la vista de lo cual, nosotros, los organizadores, le pedimos que nos los reservara, minetras íbamos a Catoira a tomar el aperitivo. Pero al regresar notamos que nuestra comida había desaparecido.
–Veu por aquí Bouza Brey, con uns cantos amigos e levounos todos, con cartos na man—nos aclaró el cantinero, levantando fuertes protestas entre los presentes.
Al poco rato se presentó ante nosotros, con un pollo doradito, que nos enviaba Bouza Brey, al conocer el caso por boca de Segundo. Entonces le dí a Faustino una hoja de un bloc y un bolígrafo, para que le expresara nuestro reconocimiento, en verso. Asi nació una cuarteta que se hizo famosa: Meu amigo, Bouza Brey / moitas gracias por o polo / ¡ lástima que fora un sólo! /Sempre teu, Faustino Rey.
La réplica del abogado arousano no fue menos ingeniosa: Faustino Rey non te queixes / de que o regalo foi magro / ¿Por qué non fas un milagro / como o do pan e os peixes?.
La jornada remató con discursos pronunciados por los que se prestaron a ello, subidos a cajas de cervezas vacías y ante el pasmado auditorio de los indígenas presentes, que se divirtieron más cuando el grupo de gaitas “Os Areeiros” se pusieron a tocar muiñeiras y jotas. Actuaron gratis en honor a Baldomero Isorna y también porque el Ateneo, como institución cultural, carecía absolutamente de liquidez.
ARTIGO DE MAXIMO SAR
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