A pesar de mi relación sentimental con Vilagarcía, desde su dimensión física y social fue muy corta para una vida cuya esperanza en España está cifrada para un varón en aproximadamente 79 viajes alrededor del Sol.
Los sentimientos pueden tener mayor esperanza de vida que los recuerdos materiales, su intangibilidad, paradójicamente, los hace imperecederos. En cambio, la riqueza y complejidad de las experiencias y las imágenes que los compusieron, el tiempo los desfigura o los fragmenta, quebrándolos, perdiendo sus conexiones y su coherencia, o, sin más, los borra. Tal vez haya privilegiados, como el bloguero Javier Bouzada, que muestra una memoria privilegiada o que la conserva auxiliándose de ?memorias externas?, archivos, hemerotecas, bibliotecas, ayuda no exenta de esfuerzo, dedicación y me imagino que, en este caso, también pasión.
Desearía participar más de lo que lo hago, pero o no conecto con las imágenes y los comentarios que tejen el blog, o si conecto con ellos, o no puedo aportar datos o relatos, o, de poder aportarlos, temo que puedan afectar a la imagen de terceros que pudieran sentirse disgustados porque figuren mencionados y puestos en relación con otras personas o situaciones que pueden ser mostrados en la red a través de un buscador; o presiento que sean pueriles, tal es el caso del siguiente comentario que, a pesar de ello, me atrevo a insertar por si algo de vida añade a un blog que no le falta:
Los recuerdos que guardo de la playa de la Sinas se sitúan aproximadamente entre 1969 y 1975. Me imagino que mi familia dejó de ir a la Playa de Compostela porque sus amigos preferían estar en Las Sinas. A mí me gustaba más la de Compostela pero?los padres mandaban.
Nos trasladábamos a las Sinas cruzando Vilagarcía y saliendo a la carretera por el Palacio de Vista Alegre. En la carretera había que tomar una curva muy cerrada en la que a la ida, al salir de su trazada, era habitual encontrarse con un carro cubierto y casi reventado de heno, tirado pesada e impenitentemente por un buey, que automáticamente hacía maldecir a mi padre. Una estampa que concentraba un gran simbolismo de la paradoja de los desequilibrios sociales y económicos, así como de las costumbres nacientes de la modernidad desarrollista en la España de aquella etapa que bien podía haber retratado Berlanga.
En la carretera que conducía directamente a la playa, recuerdo ver algún episodio en el que mujeres enlutadas corrían cerca de la orilla perseguidas por marineros de la Armada con la gorra en la mano para no perderla. Me imagino que el furtivismo sería el motivo de una escena que observaba con angustia y, a la vez, con cierta comicidad debido esta última a la dificultad de correr por la arena y a la imagen de tanto contraste que portaban los actores. Estoy casi por afirmar que ellas eran más veloces que ellos.
En la playa nos ubicábamos en una zona en la que se encontraba un restaurante que tenía terraza con mesas. Recuerdo que se podía subir a su azotea por unas escaleras laterales con barandillas de color rojo o naranja. En este restaurante servían unos calamares a la romana que entre su calidad, el apetito, el sol, la brisa y la ría, combinaban y sintonizaban todos los sentidos para hacerlos especiales.
En frente, en el mar, había una roca que, con la dinámica de las mareas, emergía y sumergía lentamente siendo una referencia de los límites en los que se alcanzaba ?hacer píe? y también un elemento natural para juegos infantiles, a pesar de ser resbaladiza por sus algas y de la irregularidad y aspereza de la superficie que no cubrían aquellas.
Recuerdo también que l@s banistas más avezad@s y atrevid@s nadaban hasta llegar a las bateas despertando mi admiración.
A su orilla se acercaba habitualmente una gamela para encallarla a la espera de que alguien estuviese interesado en dar un paseo hasta las bateas, interrogar a su remero sobre curiosidades y escuchar sus relatos. Me quedan de él dos exclamaciones, ambas de reproche sobre experiencias de su vida que, o eran recurrentes, o mis padres en su evocación las hicieron así; una, ?¡Pero qué me das ahí!?; otra, ?¡Por cuatro patacones!?.
Como en la playa de Compostela, había un barquillero, pero si en Compostela estaba equipado con su mítica barquillera, fundidos ambos en su paisaje, el de las Sinas portaba los barquillos en una cesta y era un personaje fugaz, crecía su figura viniendo desde el oeste hasta llegar al Restaurante y volvía a menguar hasta desparecer por el mismo punto.
Algún verano estuvo una batea varada al borde de la orilla. Dependiendo de la dirección de la que soplara el viento, podía arrastrar por la arena el hedor que desprendía.
Entre los fragmentados recuerdos de las Sinas que aún se hospedan en mi memoria en forma de imágenes, se encuentran una motora de la familia Reigada con la que sus hijos hacían esquí rasgando el agua de la ría y formando olas que animaban la orilla; y personajes que, como los cometas llamados generacionales que solamente vemos brillar en el cielo una vez en la vida, cruzaron la playa un verano haciéndola resplandecer de un modo singular, como el de un familiar de dos blogueros, Guillermo y Miriam Pollán, Lilí que creo que, con no más de 16 años de edad, pasó unas vacaciones con ellos. Yo, entonces, debía tener 10 años y me impresionó tanto su energía, su belleza y la alegría que desprendía, que quedó impresa, no sé si en el córtex o en el corazón, como uno personaje de película.
Comentario por César Díaz de la Jara (17-01-2013 21:25)
Estupendo el comentario de César y le aconsejo que no tenga tanto reparo en escribir en el Faiado teniendo en cuenta la regla de oro que es no faltarle al respeto a nadie.
El restaurante que nombra es el de Daniel que estaba en la primera playa.
Estaba esperando que Ruht entrase para complacer a Marité y Margarita y como están impacientes les diré que la que está de pié a la derecha es hija de Luis Taboada que tuvo un taller de zapateria al lado de la casa de Chantada en la que hoy es Plaza de la Independencia. En el blog hay muchas fotos de esa recordada familia.
Comentario por Cándido (18-01-2013 22:28)